En Afganistán, mientras se desmoronaba el gobierno pro-occidental y se retiraban las tropas estadounidenses -junto a otras de la OTAN-, se reafirmaban en el terreno milicias afiliadas al ISIS, el Estado Islámico, y a la red terrorista Al Qaeda. El triunfo de los talibanes les dio el último impulso que necesitaban. Estaban listos para atacar a las tropas y a los afganos que querían llegar al aeropuerto de Kabul. Su objetivo era presentarse como los “verdaderos combatientes” que habían “expulsado a los impíos de la tierra musulmana”. Y lo lograron en forma muy fácil: dos kamikazes, dos explosiones entre la multitud que intentaba escapar del régimen y los marines que custodiaban el lugar. Muerte y destrucción. Terror. Objetivo cumplido.
En el Pentágono de Washington ya había una gran preocupación por los posibles agentes del ISIS y Al Qaeda que estaban intentando infiltrarse entre los refugiados que salían de Afganistán. En la base aérea de Al Udeid de Qatar, que es la primera escala de la mayoría de los aviones de evacuación, ya detectaron a varios sospechosos. Según el sitio especializado Defense One, el Sistema de Identificación Biométrica Automatizada encontró que casi 100 de los 7.000 afganos evacuados tienen coincidencias con las listas de vigilancia antiterrorista de las agencias de inteligencia. Esto encendió todas las alarmas en Occidente. Los atentados confirmaron que la amenaza era extremadamente real.
Comentar