Feng Zijian, subdirector del Centro Nacional de Control y Prevención de Enfermedades de China, quiso lanzar un mensaje claro en junio: «Wuhan, la ciudad más afectada por la Covid-19 en China, es ahora la ciudad más segura del país». Después, los medios de propaganda del Partido Comunista elevaron en sus crónicas la condición de Wuhan como la «ciudad más segura del mundo».
En el lugar donde todo comenzó, en el señalado como epicentro mundial de la pandemia de coronavirus, llevan tiempo procurando que todo el planeta vislumbre su victoria con imágenes calculadas para el disfrute patrio y la envidia del exterior: primero fueron las fotografías de las largas colas en mayo de toda la población de esta urbe de 11 millones de habitantes aguardando su turno para pasar una prueba PCR. Después vinieron los vídeos de una macrofiesta de música tecno en una piscina. Y ahora, justo ocho meses después de que el mundo recibiera la alerta de que había un extraño virus rondando por una desconocida ciudad del centro de China, llegan las imágenes de la vuelta al cole con los niños sin mascarillas dentro de las aulas.
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